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Arturo Rivera
Ciudad de México, 15 de abril de 1945 - 29 de octubre de 2020
Como en otros terrenos de la cultura, 1968 marcó un hito en el devenir de la plástica mexicana moderna y, a continuación, la década de 1970 dio lugar al surgimiento de los "grupos" que proclamaban un arte de mensaje expresado a través de manifestaciones interdisciplinarias de esencia conceptualista, como el happening y el performance. En esos años inciertos inició su carrera artística Arturo Rivera, nacido en la ciudad de México el 15 de abril de 1945, en el seno de una familia acomodada.
Rivera apenas terminaba la escuela en 1968. Era una época de confusión total. Él mismo comenta que formó parte de esa generación que vino después de la Ruptura. En ese momento, nos dice el pintor, todos querían pintar como la escuela neoyorquina. A él lo tachaban de antiguo porque desde entonces tenía una gran inclinación hacia el dibujo. Hizo los dos primeros años en la Academia de San Carlos conforme al plan de estudio: al tercer año siguió a maestros como Antonio Rodríguez Luna y Francisco Moreno Capdevilla.
En medio de ese caos, Rivera sufrió una fuerte crisis y dejó de pintar durante cuatro años. Entre 1973 y 1974 estudió serigrafía y fotoserigrafía en Londres y en 1976 decidió cambiar de aires e irse a vivir a Nueva york, donde permaneció cuatro años. Entró a trabajar a una especie de fábrica de pinturas en la que se contrataba mano de obra para reproducir cuadros que se vendían en grandes cantidades para decorar oficinas y hoteles.
En esa época se sintió muy influido por Francis Bacon en su forma de concebir los espacios y las atmósferas. Sucedió entonces un acontecimiento que marcó un hito en su carrera: le encargaron un cuadro para la Casa de las Américas de Cuba. Rivera hizo un dibujo en papel y por primera vez dejó fluir libremente el inconsciente. El resultado fue el Retrato de una enfermedad (1979), primera obra en la que él se reconoció plenamente. Poco después, conoció a Max Zimmermann, un artista surrealista que lo invitó a Alemania a participar en sus clases de pintura en la Kunstakademie de Múnich. En ese momento advirtió una tendencia muy marcada hacia al realismo. Permaneció dos años en Alemania hasta que Fernando Gamboa lo invitó a preparar una exposición en México en el Museo de Arte Moderno en 1981. Regresó con la idea de quedarse sólo unos cuantos meses, pero surgieron otros proyectos y así se fue prolongando su estancia.
Para 1977 Rivera ya había explorado la fusión entre la mancha de raigambre informal y una figuración sin detalle, resuelta con pocos trazos y que parecía estar fundida con su complemento abstracto. Pese a que su propuesta carecía de la suficiente audacia, resultaba avanzada. En 1978 transitó hacia una mezcla de nueva figuración, primero verista y luego algo expresionista.
En la década de 1980 permaneció fiel a su realismo exacerbado. A principios de la década trabajó en la serie llamada El rastro del dolor, que comprende cincuenta y cuatro dibujos, en los que en su mayoría utiliza la técnica del grafito y la tempera sobre papel. Entre 1989 y 1990 se dedicó a la serie conocida como Historia del ojo: veinticuatro dibujos sobre papel, hilvanados entre sí por la presencia recurrente de un ojo que sirve como pretexto y protagonista de historias fantásticas. En 1994, presentó veinticinco pinturas y dibujos al temple de huevo y óleos elaborados en torno a temas bíblicos.
En los noventas, Rivera mostró en el Museo de Arte Moderno de la capital mexicana su obra de madurez —la que realizó de 1980 a 1995—, bajo el título de Bodas del cielo y el infierno. En el año 2000, el Museo del Palacio de Bellas Artes presentó tres lustros de producción artística de su enigmático universo plástico en la muestra El rostro de los vivos. Entre los múltiples reconocimientos que ha recibido alrededor del mundo destaca el primer lugar de la II Bienal de Arte Internacional de Beijing, China, en 2005.
Los autorretratos de Arturo Rivera son un profundo testimonio de su temperamento y turbulencia interior. En ellos deja constancia de su "estilo" o señas con las que ha poblado
sus obras, rodeándose de la iconografía que lo define en su universo críptico. A manera de pequeñas iluminaciones o de dolorosas puñaladas, y con el riesgo que implica una interpretación de este tipo, intuimos su yo interno y éste nos inquieta,
nos provoca. Sus veladuras iridiscentes y angustiantes pueden ser señal del conocimiento, pero también de la tragedia que es conocerlo. Podríamos pensar que a base de transparencias y veladuras logra comunicar al espectador una ironía: "Esto que usted ve no soy yo, es la pintura". virtuoso de la composición y del lenguaje de las formas, nos dice que como artista es un ser que en la creación se bifurca.
Falleció el 29 de octubre del 2020, en la Ciudad de México.
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